Toda guerra, catástrofe o epidemia de dimensiones globales puede conllevar un cambio de paradigma.
Parece razonable que, tras superar la crisis que nos azota, el modelo emergente traerá nuevos hábitos higiénicos y sanitarios que provoquen cambios en los usos y costumbres sociales o troquelen los ya existentes. Una nueva cosmovisión hará que observemos el mundo bajo otro prisma, al menos mientras resuene la onda expansiva de la pandemia.
En justa analogía, la serie de ataques terroristas que causaron una cifra histórica de heridos y fallecidos en suelo norteamericano el 11 de septiembre de 2001, supusieron un cambio de paradigma en los modelos de seguridad y defensa a nivel internacional.
El hecho de que este suceso fuese el detonante de la invasión de Irak y pretexto para reconfiguraciones geopolíticas y estratégicas, ha dado pábulo a especular, si no a fabular, sobre decenas de teorías de la conspiración, unas más elaboradas que otras.
Sin entrar en ellas, y presumiendo que todo conspiranoico obvia aspectos prosaicos y complejos de la realidad para ofrecer una explicación simple, cerrada y algo arcana de sucesos intrincados, admitiré la versión oficial del atentado.
Declarada esta asunción, e insistiendo en el hecho de huir de contubernios y enjuagues, comentaré una serie de fenómenos singulares que desmontan la idea de que dicha cadena de ataques fue imprevisible y totalmente inevitable, por parte de las autoridades norteamericanas, al carecer su modus operandi de antecedentes.
Michael Morell fue un hombre de primer nivel dentro de la inteligencia norteamericana: director adjunto de la CIA en varias ocasiones, subdirector de la misma y asesor personal de seguridad de los presidentes George W. Bush y Barack Obama.
En el año 2015 publica un libro llamado La gran guerra de nuestro tiempo: La guerra contra el terror contada desde dentro de la CIA, de Al Qaeda a ISIS.
El libro, aunque no aporta datos confidenciales – algo lógico viniendo de alguien del establishment – sí arroja bastante información sobre cómo se coordinan las distintas agencias de espionaje y seguridad norteamericanas y cómo se vivieron desde dentro acontecimientos relevantes tales como el 11-S y la captura y muerte de Osama Bin Laden.
Al hablar sobre las terribles secuelas de los atentados del 11 de septiembre y estando inmersos en la reestructuración del modelo de defensa a nivel estratégico y operativo, leemos lo siguiente:
No solo tenía que responder a las preguntas del presidente sobre los informes de amenazas que eran diseminados por la comunidad de inteligencia, sino que también tenía que informarle sobre las amenazas “imaginativas”. Después del 11-S, la CIA invitó a guionistas de Hollywood a la agencia para mantener una reunión en la que se proporcionasen ideas sobre posibles métodos de ataque, puesto que antes del 11-S pocos hubiesen podido imaginar que Al-Qaeda secuestraría un avión y lo utilizaría como arma. Estos escenarios eran presentados al presidente en un formato especial llamado “Célula Roja”, que tenía un diseño característico y una advertencia en la parte superior para recordar a las personas que los leyeran que estos no eran informes normales sino que eran productos altamente especulativos que empleaban las mismas dosis de inteligencia que de imaginación. Buscábamos ideas sobre cómo mantener el país seguro allá donde pudiésemos obtenerlas. el presidente estudiaba cada uno de los informes de la “Célula Roja”…
Resulta muy llamativo que un funcionario de su categoría, más la ingente cantidad de personal implicado en la seguridad nacional, ignorasen que tan solo 10 años antes, en la ambiciosa Conferencia de Paz celebrada en Madrid en el año 1991 para tratar de sofocar el histórico conflicto árabe-israelí, hubo un intento de ataque cuya estrategia se basaba en el uso de aviones suicidas que impactarían sobre el Palacio de Oriente y otras sedes que albergaban el colosal evento.
Entre los participantes se encontraban mandatarios de la talla de Mijaíl Gorbachov, George H. W. Bush – Bush padre – , Isaac Shamir, el presidente González, Juan Carlos I y numerosos representantes de diversos Estados.
La Conferencia fue auspiciada por España y, gracias a la información proporcionada por los servicios secretos de un país árabe – Yemen presumiblemente –, se logró, tras una rápida reacción y coordinación del Gobierno español, neutralizar el despegue de los aparatos suicidas en Sudán.
La gestión del incidente se llevó con absoluta discreción y solo un exiguo número de personas estuvo al tanto de los acontecimientos, entre ellos el propio presidente, el vicepresidente Serra, Corcuera o García Vargas.
Además de lo ya dicho, se antoja extraño que Morell, y por extensión las agencias de seguridad nacional, pasasen por alto el hecho de que el propio diseño de las Torres Gemelas, de principios de los sesenta, contemplara expresamente la posibilidad del impacto de un avión.
Efectivamente, tal como me explica uno de los mayores expertos nacionales en seguridad, Ricardo Vidal López, a raíz de un accidente en el año 1945, en el que un bombardero B-25 Mitchell impactó contra el Empire State Building a causa de la densa niebla, se decidió dotar a las Torres Gemelas de mecanismos estructurales que las protegiesen frente a accidentes similares. Se pensó en la capacidad de hacer frente a la colisión de un Boeing 707, cargado y a gran velocidad.
Vemos pues que, aunque nos transmitieron que cuando la realidad supera a la ficción los acontecimientos se tornan impredecibles, en este caso hubo realidades anteriores que pudieron haber ayudado a prever lo imprevisible.
Gustavo Romero Sánchez
Gestor de Redes y Recursos Informáticos en el sector de la Seguridad.
Criminólogo y Antropólogo Forense
Tutor Tecnológico en Curso Superior de Ciberseguridad