“El Síndrome del Norte. La otra lucha contra ETA”, de Miguel Ángel Cano, es un testimonio del poder de la investigación criminológica. Es ésta una contribución muy valiosa tanto por su contenido académico, como por su profundo respeto y sensibilidad hacia aquellos cuyas vidas fueron irrevocablemente alteradas por actos de violencia y terror.
Miguel Ángel Cano Paños[1] ofrece una mirada intensa y profunda del impacto psicológico y emocional que sufrieron Policías Nacionales y Guardias Civiles -y sus familias- durante los “años del plomo”, los años más violentos de la actividad de la banda terrorista ETA en el País Vasco y Navarra. Con un lenguaje preciso, pero sensible, el autor nos adentra y conduce por la idea del síndrome del norte, un concepto que envuelve las complejas reacciones psicológicas y emocionales padecidas por las víctimas ante la acción terrorista constante y el aislamiento y hostigamiento social.
La realización de 25 entrevistas por parte del profesor Miguel Ángel Cano añade una dimensión profundamente humana y personal a la comprensión de este período, ofreciendo un testimonio directo de aquellos que vivieron en primerísima línea aquellos difíciles, trágicos y terroríficos tiempos.
El síndrome del norte no es estrés laboral, ni ansiedad profesional; el síndrome del norte es un fenómeno mucho más complejo, profundo y perturbador: es un trauma psicológico prolongado y escondido en un estado de tensión y vigilancia permanente, y que no sólo afectaba al policía o guardia civil en su desempeño profesional, sino que se extendía a sus vidas sociales y familiares, alterando gravemente la dinámica normal de las relaciones interpersonales, y con ello al bienestar psicológico y emocional del sujeto.
Como certeramente señala el autor, el enfoque tradicional en los estudios sobre ETA y su impacto ha tendido a centrarse en aspectos más visibles del conflicto, como los ataques contra figuras políticas, periodísticas y judiciales, lo que fue dejando en la sombra otras dimensiones igualmente críticas y dolorosas del terrorismo. La falta de atención hacia los miembros de las FFCCSS, así como hacia sus familias, es un indicador que señala una narrativa incompleta en la comprensión del alcance y el impacto humano del terrorismo de ETA. Este vacío en la narrativa y en la memoria colectiva no solo minimiza las experiencias y los sufrimientos de estos individuos y grupos, sino que también impide una comprensión completa de las consecuencias del terrorismo. Los miembros de las fuerzas de seguridad y sus familias no solo enfrentaron el peligro constante derivado de su labor profesional, sino que también vivieron bajo la amenaza persistente y el miedo en su vida diaria, aspectos que raras veces se han traído al primer plano en los discursos públicos o en la literatura sobre el tema.
Asimismo, no es en absoluto irrelevante la ausencia de un reconocimiento oficial por parte del Ministerio del Interior de este síndrome del norte. Señala el autor las implicaciones que este reconocimiento oficial tendría, entre ellas, y no menor, el reconocimiento de que los guardias civiles y policías nacionales destinados en el País Vasco y Navarra estaban especialmente desprotegidos y eran particularmente vulnerables a los ataques y la presión ejercida por ETA y su entorno; en otros términos, que la estrategia de terror de ETA y su entorno estaba teniendo éxito. Claro está que, además, el reconocimiento del síndrome del norte como enfermedad laboral acarrearía obligaciones para las coberturas médica, legal y económica de los afectados, con un consecuentemente previsible aumento de las bajas laborales y los problemas logísticos y financieros que todo ello podría generar al Ministerio del Interior.
El reconocimiento de estas víctimas y la inclusión de sus historias en el relato más amplio de la violencia de ETA son fundamentales para una representación equitativa y exhaustiva de la historia. Trabajos como el del profesor Cano, que exploran y documentan estas experiencias, son esenciales para llenar este vacío, ofreciendo una visión amplia del impacto del terrorismo, y asegurando que todas las voces y experiencias sean escuchadas y recordadas.
La importancia de este libro radica no sólo en su contribución al registro histórico de uno de los períodos más negros y turbulentos de la historia reciente de España, sino también en su capacidad para arrojar luz sobre las secuelas psicológicas -permanentes, en la inmensa mayoría de casos- que el terrorismo etarra y el aislamiento social dejó en sus víctimas. Deja esta obra una crucial reflexión acerca de cómo el miedo y la violencia se anudan en la mente humana, abriendo heridas y dejando cicatrices que pueden perdurar, y de hecho perduran, mucho más allá del cese de la violencia física.
[1] Miguel Ángel Cano Paños es Catedrático de Derecho Penal y Criminología de la Universidad de Granada.