Para comprender el comportamiento humano en su conjunto, las ciencias sociales llevan aportando datos desde finales del siglo XIX. Aunque en la actualidad el conocimiento de la materia está muy avanzado, las múltiples aristas del objeto de estudio reflejan las carencias en el acotamiento del tema. Si, además, queremos adentrarnos en comportamientos concretos, rápidos, en escenarios de alta incertidumbre y bajo circunstancias carentes de rutina, las expectativas son aún peores.
A estos “escenarios” nos referiríamos si dirigimos nuestra atención a la conducta colectiva en espacios cerrados en condiciones de emergencia. Si fundamentamos el conocimiento actual en los estudios históricos a tal fin, debemos destacar primero como estos análisis están sesgados por las expectativas de los propios investigadores. La idea de “muchedumbre enloquecida” sintetiza muy bien esta visión asocial de la conducta colectiva humana. Autores de finales del XIX y principios del XX dejaban caer atributos tipo “contagio”, “violencia”, “intolerancia”, “desindividualización”, entre otras lindezas pseudopatológicas en el hacer conductual.
La idea que reflejan estas fervientes visiones posiblemente se sustenta en la antítesis entre la conducta colectiva y la conducta individual, grupal y social. Al exponernos a una masa perdemos nuestra alma personal, nuestra identidad grupal y nuestra configuración de normativa social. En pocas palabras, nos volvemos seres “infrahumanos”, que reaccionaremos con una tendencia a imitar pautas violentas en un bucle circular donde la agitación y la ruptura con las normas convencionales y cívico-morales tomarían el poder.
Todos estos atributos, como se comprenderá, van a incidir de manera explícita en las expectativas de los profesionales del sector de emergencias a la hora de plasmar diseños operativos, con su correspondiente extensión al ámbito institucional, político y social. Se va a presuponer en el colectivo afectado una tendencia entrópica, donde el pánico, la impotencia, la violencia, la irresponsabilidad o la patologización conductual triunfarían. Ni que decir, una respuesta autoritaria/paternalista/militarizada por parte de los intervinientes como método de afrontar los posibles escenarios de control y evacuación de la masa.
Esta visión pesimista ha ido perdiendo estatus en el quehacer investigador moderno. Las nuevas herramientas de evaluación y análisis de comportamientos colectivos en espacios cerrados bajo condiciones críticas han confirmado el sesgo de atributos mencionado anteriormente; y muy al contrario, la puesta en marcha de comportamientos que entroncarían mucho mejor con una visión “grupal” de nuestras respuestas de afrontamiento. Como ocurre en todas las ciencias y áreas del conocimiento, siempre hay auténticos “adelantados a su tiempo” que empiezan a vislumbrar revoluciones en la definición de su campo de estudio. En nuestro caso, se empezaron a plantear propuestas como “la eficacia colectiva” o el “liderazgo social espontáneo”. Palabras y acciones como el “cooperativismo” o “altruismo” tomarían la delantera en las visiones del siglo XXI. Por lo tanto, un conjunto de respuestas prosociales, donde el control normativo junto con la demanda de razonamiento y responsabilidad social, estarían a la base de la exposición a estos escenarios críticos.
Si nos centramos en el seguimiento normativo (desde el “qué hacer”, al caso de respetar un orden en la cola, así como a pautas de control emocional compatibles con la adecuación al operativo), modelos de comportamiento más modernos empiezan a destacar la búsqueda de consenso en la toma de decisiones, así como la toma de posición de liderazgo individual/subgrupal como reacción a la demanda de respuesta colectiva eficiente. Si es cierto que no es lo mismo la evacuación de un hotel que un edificio empresarial, un concierto que una residencia de estudiantes, no es menos cierto que estos mecanismos de reacción conductual aparezcan en la diversidad de escenarios. Elementos de identidad “social” a nivel intra-grupal e inter-grupal se pueden “producir” en esta multiplicidad espacial.
Probablemente, la capacidad resolutiva así como los efectos a medio plazo de la experiencia crítica estén más en concordancia con estos modelos actuales; sobre todo si nos centramos en los modelos de resiliencia al que han dado lugar estas visiones constructivas de las situaciones de riesgo y amenaza.
Pero volviendo al origen de esta reflexión, “masa y espacios cerrados”, valoremos una de las conductas más dañinas e irresolubles a la que nos podemos enfrentar como intervinientes en estos escenarios: el Pánico Colectivo. Entendamos este fenómeno como un miedo incontrolable y brusco que aparece en la masa y que daría pie a respuestas ineficaces para afrontar el escenario crítico. Los estudios más serios sobre el fenómeno de pánico colectivo plantean casuísticas multifactoriales, entre las que destacan: el cierre como elemento exponencial de la aparición de pánico, creencia en la imposibilidad de escape, sensación de falta de ayuda por parte de personas capacitadas, el sentimiento de soledad a pesar de estar rodeado de mucha gente (“desconocida”).
Si a esto unimos el hecho, científicamente demostrado, de potenciación del pánico de masas en las formas bruscas de avisar de la alarma y evacuación, la percepción de desorganización o improvisación del dispositivo de emergencias, o el mal diseño de las salidas de emergencias, las probabilidades de un mal final aumentan considerablemente.
Tras esta descripción histórico-científica de los modelos de conducta colectiva en escenarios críticos, el interrogante al que dar respuesta al pánico colectivo, como escenario a evitar por encima de cualquier otro, pasa por considerar el enfoque más beneficioso en el sentido de valorar, desde un punto profesional, los conocimientos más modernos para llevar a cabo la gestión de este tipo de crisis. Obviamente, es evidente que los actuales conocimientos en la materia dan un vuelco al sesgo profesional que consideraba el comportamiento humano de masa negativo per se. Si sabemos aprovechar los resultados de estas investigaciones de campo, no solo veremos con más optimismo y control nuestro trabajo sino que, sobre todo, la elaboración de planes de seguridad permitirá una variedad mayor de opciones de respuesta eficientes.
La confianza en las personas cuando se fundamenta en hechos comprobados científicamente, en vez de en prejuicios, nos hará más resolutivos en la praxis profesional así como en los efectos de la misma sobre la ciudadanía y la prevención.
Francisco Vílchez Lara
Psicólogo
Profesor de Seguridad y Protección