El retrato hablado de Bertillon, o más formalmente conocido como el sistema Bertillon o antropometría, fue una innovadora técnica de identificación criminal desarrollada por Alphonse Bertillon en la década de 1880. Aunque no se trate de un «retrato hablado» en el sentido moderno de una descripción verbal o artística de un sospechoso basada en testimonios, el sistema de Bertillon jugó un papel fundamental en los albores de la ciencia forense y en la historia de la identificación criminal, especialmente antes de la adopción generalizada de las huellas dactilares.
El sistema de Bertillon, conocido como «bertillonaje», se basaba en la toma de trece o catorce medidas corporales específicas, tales como la longitud y anchura de la cabeza, la longitud de los brazos, y las dimensiones de la mano, entre otras. Estas medidas, según Bertillon, reducían las probabilidades de error a una entre varios millones, haciendo teóricamente imposible la confusión entre dos personas. Además, Bertillon complementó estas medidas con un registro de señales particulares como cicatrices o tatuajes.
Este conjunto de datos se registraba en fichas que podían ser consultadas para identificar a reincidentes o comparar con individuos sospechosos. La eficacia del sistema Bertillon en la identificación precisa de los delincuentes llevó a su adopción en numerosos países y ciudades alrededor del mundo, incluida España, donde se empleó como método oficial de identificación criminal durante un tiempo.
A pesar de la claridad y lógica de su propuesta, Bertillon enfrentó inicialmente rechazo y escepticismo. Su primer informe fue desechado por el prefecto de policía de la época, y sus intentos de explicar su método resultaron infructuosos, debido en parte a su oratoria complicada que no lograba captar la atención de sus superiores. Sin embargo, su perseverancia fue recompensada cuando un cambio en la prefectura de policía le brindó una nueva oportunidad para demostrar la utilidad de su sistema.
El verdadero valor del bertillonaje se demostró en febrero de 1883, cuando Bertillon logró identificar a un criminal que intentaba ocultar su verdadera identidad bajo el falso nombre de Dupont. Este éxito marcó un punto de inflexión, y pronto el sistema de Bertillon fue adoptado oficialmente, permitiéndole a él y a su equipo identificar y arrestar a numerosos delincuentes.
Sin embargo, el sistema Bertillon tenía limitaciones significativas. La más destacable era su dependencia de la precisión en la toma de medidas, que podía variar significativamente según la habilidad del operador. Además, el sistema era menos efectivo para identificar a personas que habían cambiado físicamente de manera considerable desde la última vez que se les midió. Estos y otros desafíos condujeron a la gradual sustitución del sistema Bertillon por el método de identificación por huellas dactilares, que demostró ser más práctico, confiable y fácil de usar.
El principio del fin del “Bertillonaje”
En la historia de la criminología, el caso de los dos Will West es uno de los más citados cuando se discute el fin del sistema Bertillon y el surgimiento de la dactiloscopia como el método principal de identificación criminal. Este caso puso de manifiesto las limitaciones del sistema de Bertillon, basado en mediciones físicas detalladas, y cómo estas limitaciones llevaron al desarrollo y adopción de métodos de identificación más precisos y fiables.
A principios del siglo XX, un hombre llamado Will West llegó a la Penitenciaría de Leavenworth, en Kansas, Estados Unidos. Al ser procesado, las autoridades realizaron las mediciones de rutina según el sistema de Bertillon. Cuando ingresaron sus medidas en el sistema, descubrieron que ya existía un registro para un individuo llamado William West, quien compartía no solo un nombre similar sino también medidas físicas casi idénticas. Lo sorprendente fue que William West ya estaba encarcelado en Leavenworth por un delito diferente.
Inicialmente, las autoridades penitenciarias estaban confundidas, ya que las mediciones Bertillon indicaban que ambos hombres eran la misma persona, aunque claramente no lo eran. Este incidente destacó una falla crítica en el sistema Bertillon: su incapacidad para distinguir entre dos individuos con mediciones físicas similares. A pesar de que las probabilidades de tal coincidencia se consideraban extremadamente bajas, el caso de los dos Will West demostró que era posible y que podía tener consecuencias serias en el ámbito de la justicia penal.
El caso ganó notoriedad y se convirtió en un punto de inflexión en la historia de la identificación forense. Puso de relieve la necesidad de un sistema más fiable y simple que pudiera garantizar la identificación única de cada individuo, independientemente de similitudes físicas con otros. Fue en este contexto que la dactiloscopia, un método basado en las huellas dactilares únicas de cada persona, comenzó a ganar aceptación como una alternativa superior. Las huellas dactilares ofrecían un medio de identificación prácticamente infalible, ya que se acepta que no hay dos personas con las mismas huellas dactilares, incluso en el caso de gemelos idénticos.