Las ventanas rotas de la inseguridad ciudadana.

Ciencias inseguras –por su corta vida- como la Criminología, la Psicología Social o la Sociología han intentado la sesuda tarea de entender el complejo y multidimensional fenómeno de la Inseguridad Ciudadana (IC). Autores como Edelman, en los 90, nos avisaban que la inseguridad ha de ser tratada como problema de salud pública ya que genera dinámicas sociales que facilitan la descomposición comunitaria y vivencial; quienes perciben su comunidad como insegura reducen los intercambios sociales y limitan sus actividades cotidianas como salir de casa o transitar por lugares que consideran inseguros (Villarreal y Silva, 2006), limitando así su libertad y por tanto afectando a su calidad de vida. Por tanto, hablar de IC es hablar de Miedo en mayúsculas. Y hablar de miedo implica adentrarse en el campo perceptivo donde la interpretación subjetiva del fenómeno incide enormemente. Habrá que entender el miedo al delito, no tanto como probabilidad real de victimización, sino como “nivel de seguridad percibido” en diferentes situaciones.

La sorpresa viene ahora: el miedo genera actitudes y conductas muy destructivas para la vida comunitaria ya que influye de lleno en el sentimiento de pertenencia y referencia social que todo ser humano necesita como base para su plena realización. Hablamos de pérdida de bienestar social, entendiendo éste más allá de la mera satisfacción personal, ya que afectaría al capital social y calidad de vida, lo que dificultaría el desarrollo, empoderamiento y mecanismos de resiliencia comunitaria. Desde estas ciencias se ha intentado teorizar el fenómeno para poder ayudar a reducir el impacto del miedo al delito en la trama socioambiental.

La famosa Escuela de Chicago, a través Cliford Shaw y  Henry Mckay, plantea la teoría de la desorganización social refiriéndose al fracaso de los organismos institucionales, a la desintegración de vínculos y controles que hacen que el equilibrio social pueda o no mantenerse. Abarcando varios fenómenos como el conflicto social, el desajuste entre los medios y los fines socialmente aceptados, y otros tipos de incompatibilidades y contradicciones, asumiendo a veces la forma de normas y valores que resultan incompatibles o contradictorios. Cuando dejamos de compartir valores esenciales, la sociedad se enfrenta a un debilitamiento potencial de los vínculos que mantienen unidos a sus miembros. Quienes no utilizan cauces aceptables a través de los cuales puedan intentar el mejoramiento de sus condiciones, llegan a ser enemigos potencialmente explosivos del orden existente que además optan por tipos de conducta desviada para conseguir sus objetivos.

Otro marco teórico que no debemos desmerecer, ni considerar incompatible con el anterior, se conoce como teoría de la fijación de la agenda, también conocida como teoría de la Agenda Setting, la cual postula que los medios de comunicación de masas tienen una gran influencia sobre el público al determinar qué asuntos poseen interés informativo y cuánto espacio e importancia se les da.

El punto central de esta teoría es la capacidad de los grandes medios de comunicación para graduar la importancia de la información que se va a difundir, dándole un orden de prioridad para obtener más audiencia, impacto y una determinada conciencia sobre la noticia. También deciden qué temas excluir de la agenda. Más claramente, la teoría del establecimiento de la agenda dice que la agenda mediática, conformada por las noticias que difunden los medios informativos cotidianamente y a las que confieren mayor o menor relevancia, influye en la agenda pública. Su principal preocupación es analizar cómo la información de los medios masivos (agenda) influye en la opinión pública, y las imágenes que albergamos en nuestras mentes como espectadores o lectores de esas noticias. Para la agenda setting, la prensa es mucho más que un simple proveedor de información y opinión, lo que ocurre en el Estado, en el país y en el mundo, luce diferente para distintas personas, no solo por su ideología e intereses individuales, sino también por el mapa informativo que trazan los reporteros, editores y articulistas de los medios a través de los cuales se informan.

Pero centrémonos ahora en la conocida como Teoría de las Ventanas Rotas (TVR) de Wilson y Kelling que plantea la hipótesis según la cual el desorden urbano en una ciudad puede provocar mayores tasas de crimen y delincuencia en esa ciudad. Los autores identifican en la TVR dos factores: a) el físico, que comprende factores que generan un impacto visual negativo, como las basuras, la mala iluminación, las edificaciones en mal estado, entre otros y b) el social, que comprende situaciones de comportamiento no civilizado en lugares públicos, tales como la ebriedad, el vandalismo y las peleas callejeras.

Wilson y Kelling retaron a la ciencia criminal en los 80 con este enfoque realista y frío, donde los factores personales (trastornos, personalidad, desarrollo,…) y microsociales (familia y vínculos varios) no contaban para analizar “objetivamente” el problema. Su visión fue consecuencia del impacto que les supuso un polémico experimento de un polémico investigador a finales de los 60. Me refiero al psicólogo de la Universidad de Stanford Philip Zimbardo y al experimento del “señuelo del coche abandonado” primero en el famoso y pobre distrito neoyorkino de Bronx y posteriormente en el deseado y rico barrio de Palo Alto en California. Aunque se haría más reconocido por el experimento de la cárcel pocos años después nos centraremos en el primero.

El cine y la televisión nos han permitido casi andar por esas calles sucias y peligrosas del Bronx, donde la delincuencia, el paro y el absentismo campan a sus anchas. Pues en ese barrio nuestro psicólogo dejó un coche sin matrícula y las puertas abiertas. Y se puso a observar camuflado a cierta distancia. A los pocos minutos una familia completa empezó a desvalijar el coche y en tres días quedó destrozado tras varios encuentros con distintos miembros del entorno. Zimbardo volvió a crear las mismas condiciones pero esta vez en Palo Alto. El coche permaneció inmaculado durante una semana. Transcurrido ese tiempo a nuestro psicólogo se le ocurrió lo siguiente: darle varios mamporros al coche y romperle las ventanillas. Y entonces…

Continuará

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