En este mes de julio del presente año 2022 se cumple el 25º aniversario del asesinato del concejal del Partido Popular en la localidad vizcaína de Ermua, Miguel Ángel Blanco, así como de la liberación por parte de la Guardia Civil del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, secuestrado por ETA el 17 de enero de 1996. Como no podría ser de otra manera, los medios de comunicación nacionales se han hecho eco de ambas efemérides, sacando de nuevo a la luz lo que, para la historia reciente de España, ha supuesto la actividad terrorista de la organización ETA.
Mucho se ha escrito sobre la historia de esta organización terrorista, sobre sus miembros, sus acciones, sobre sus víctimas directas, habiendo en este caso recibido un especial protagonismo aquellas pertenecientes a los ámbitos político y judicial. Pero, hasta la fecha, nada se ha escrito sobre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (FFCCSS en lo sucesivo) que, sobre todo entre las décadas de 1970 y 1990, tuvieron que combatir a ETA en su propio nicho, a saber, en el País Vasco y Navarra. Y mucho menos sobre sus familias, sus esposos, esposas, parejas, hijos e hijas que tuvieron que vivir en primera persona aquella situación excepcional en sus vidas, 24 horas al día durante siete días a la semana; no solo con el miedo de convertirse en víctimas de un atentado terrorista, sino también con el rechazo de una parte importante de la población vasca y navarra.
Por ello, y transcurrida más de una década desde que la organización terrorista ETA declarase el «fin de la lucha armada», la sociedad española debe conocer cómo era la vida, el día a día de los agentes –y, hay que reiterar, de sus familias– que se encontraban destinados en localidades vascas y navarras, ya fuesen miembros de la Guardia Civil, de la Policía Nacional, o de la Policía Local.[1]
Las razones apuntadas en el párrafo anterior han dado lugar a que el autor del presente artículo se encuentre desarrollando desde hace varios meses un proyecto de investigación dirigido a investigar, desde una perspectiva criminológica, el denominado «Síndrome del Norte», enfocándolo tanto en las FFCCSS que fueron víctimas de un atentado terrorista como en sus familias que les acompañaron durante su estancia en el País Vasco y Navarra durante los llamados «años de plomo».
Para ello, con carácter previo se elaboró un cuestionario el cual contiene una serie de preguntas abiertas que abordan el antes, el durante y el después de la estancia en «el Norte». Así, el cuestionario consta de una primera parte referida a la etapa anterior al traslado al País Vasco y Navarra. En esta primera parte se formulan, entre otras, las siguientes preguntas: «¿Por qué se decidió a ser Policía Nacional/Guardia Civil?» o «Con anterioridad al traslado al País Vasco o Navarra, ¿recibían los agentes algún curso específico por parte de profesionales, para afrontar desde un punto de vista psicológico el nuevo contexto al que se verían sometidos?». La segunda parte del cuestionario, la cual se ocupa de la estancia del agente y su familia en Euskadi, contiene, entre otras, las siguientes preguntas: «¿Cuál fue su primera impresión al llegar al País Vasco/Navarra?», «¿Qué tipo de medidas de seguridad tomaba usted y su familia en su vida diaria?» o «¿Se sentían usted y su familia discriminados o rechazados por un sector de la población vasca/navarra debido a su origen o, llegado el caso, su profesión?». Lógicamente, un elemento central de esta segunda parte es hablar del atentado terrorista sufrido por el/la agente y/o su familia. Finalmente, la tercera parte del cuestionario trata de la etapa posterior a la estancia en el País Vasco o Navarra. Esta tercera y última parte contiene, entre otras, las siguientes preguntas: «¿Cómo valoraría usted que ha afectado a su vida y a la de su familia el periodo de tiempo que estuvo destinado en el País Vasco/Navarra?», o «¿Solicitó o recibió apoyo psicológico tras su regreso del País Vasco/Navarra?».
Una vez elaborado el cuestionario, la siguiente fase del proyecto de investigación debía venir constituida por la confección de la muestra que iba a ser objeto de la entrevista. Para ello, se contactó con varias asociaciones de víctimas del terrorismo, así como con agentes conocidos por el autor del proyecto (algunos de ellos estudiantes o egresados del Grado en Derecho o Criminología en la Universidad de Granada y que en su momento estuvieron destinados en el País Vasco). El objetivo era realizar una primera toma de contacto telefónico con la persona que iba a ser entrevistada, con el objetivo de presentarle el contenido y la finalidad del proyecto. Recibido el visto bueno, se trataba de desplazarse al lugar de residencia del agente para llevar a cabo la entrevista en directo, preferentemente en cafeterías de hoteles, dado que se trata de lugares amplios, tranquilos y que ofrecen una cierta comodidad a la hora de conversar, sobre todo si ello ocurre a mitad de la mañana o a última hora de la tarde. Con carácter previo a llevar a cabo la entrevista, se informó al entrevistado/a del carácter anónimo de la misma, así como que la conversación mantenida iba a ser grabada en audio para, posteriormente, ser transcrita a papel; sin perjuicio de enviar al entrevistado/a el texto de la entrevista para que, a posteriori, pudiese realizar los cambios que estimase oportunos.
Hasta este momento se han realizado un total de nueve entrevistas a agentes de la Policía Nacional, Guardia Civil, así como a dos viudas de agentes asesinados por la organización ETA. Las mismas se han realizado en ciudades como Granada, Ciudad Real, Valladolid, Salamanca o Santander. Hay que decir que, en todos los casos, y a pesar del tiempo transcurrido desde su estancia en el País Vasco o Navarra, el desarrollo de las entrevistas ha sido tremendamente emocional; muy duro en no pocas ocasiones. El recordar la experiencia vivida en «el Norte» durante las décadas de 1970 a 1990 ha supuesto para las víctimas del terrorismo de ETA, miembros de las FFCCSS, así como sus familias, un momento duro que ha dado lugar a revivir emociones y sentimientos de enorme tristeza, dolor, rabia e impotencia. De hecho, en la mayoría de los casos, las víctimas, durante el transcurso de la entrevista, se veían en varios momentos incapaces de continuar narrando sus experiencias, debiendo cortar la grabación para hacer la pertinente pausa.
Sirvan para ello de ejemplo los siguientes extractos de las entrevistas llevadas a cabo durante los meses de febrero y marzo de este año 2022: «Llodio está a 65km. de mi pueblo; pero llegar allí fue como llegar a otro mundo. Era una época con un conflicto social muy grande, desindustrialización. Pero es que la cuestión social se mezclaba con el independentismo. Aquello era una guerra de guerrillas. Lucha callejera, persianas bajadas, coches quemados, barricadas. Era algo parecido a Vietnam. Las familias enteras debían permanecer acuarteladas sin poder salir, con coches blindados rodeando el frente del cuartel. A mí aquello me rompió psicológicamente. De hecho, llegó un momento, a los 24 años, en que me presenté incluso voluntario para infiltrarme en ETA, pero no me eligieron al estar casado (agente de la Guardia Civil, JCMG). «Llegar al País Vasco fue peor de cómo lo esperaba. En el primer servicio (de 22.00 a 06.00 horas), ya vi a un policía nacional agonizando en el suelo y a varios “batasunos” brindando con champán (como si de un perro se tratara… o peor). La gente, unos por miedo, otros por adhesión a la banda terrorista, todos callaban. No te podías fiar de nadie, ni tan siquiera de los vecinos» (agente de la Guardia Civil, ERM). «En esta ocasión hubo una llamada al 091 en la que avisaban de la colocación de una bomba en unos soportales de Amara. Era la víspera de la Inmaculada del año 1981. A las 21.00 de la noche había mucha gente paseando por la zona. Dejamos un coche en una punta de la calle y otro en la otra punta. Entramos tres agentes y mandamos desalojar. Cuando lo teníamos todo limpio y regresábamos al vehículo, explotó la bomba. A mí la onda expansiva me alcanzó en la espalda y me lanzó unos 12 metros, impactando sobre un coche. Caí y en ese momento pensaba que todo se había acabado. Me levanté y salí corriendo, viendo cómo iba dejando un reguero de sangre. En ese momento vino hacia a mí uno de los conductores y me dijo que me subiera al coche, algo a lo que me negué ya que había que recoger a los otros dos compañeros que se habían quedado allí, entre escombros. Los recogimos y los tres nos metimos en el coche, saliendo hacia el hospital. Cuando llegamos yo no podía bajarme del coche, me faltaba la respiración ya que había perdido mucha sangre» (agente de la Policía Nacional, JVR).
Los primeros resultados (provisionales) que se pueden extraer de las entrevistas realizadas indican claramente la existencia del arriba mencionado «Síndrome del Norte», a saber, una situación permanente de estrés postraumático, derivado de la enorme tensión a la que estas personas se encontraron expuestas mientras desarrollaban sus vidas en el País Vasco o Navarra. Esto es algo que, por otra parte, es afirmado rotundamente por las personas entrevistadas. Por otro lado, un aspecto que para el autor del proyecto está resultando sorprendente es que tanto los agentes como sus esposas que han sido hasta ahora entrevistados/as no solo tienen palabras de desprecio para la organización ETA y para aquel sector de la población vasca o navarra que apoyó (y sigue apoyando) la violencia terrorista, sino que, paralelamente y en no pocos casos, lamentan profundamente el abandono y la falta de empatía por parte de un sector de los estamentos superiores del cuerpo de policía al que pertenecían durante su estancia «en el Norte», sobre todo después del atentado. En este sentido cabe destacar el hecho de que, tras las entrevistas realizadas, ningún agente (ni sus familias) recibió ayuda psicológica oficial, sino que la misma se la tuvieron (y todavía tienen) que pagar de su propio bolsillo.
Lo relatado en los párrafos anteriores constituyen los primeros resultados del proyecto de investigación sobre el «Síndrome del Norte» que el autor está llevando a cabo y que por primera vez se presentan por escrito, si bien el autor los expuso de forma oral el pasado día 9 de junio en una conferencia impartida en el Memorial Víctimas del Terrorismo, con sede en Vitoria. En lo que queda de año 2022, el objetivo es seguir realizando sobre las 10-12 entrevistas en otros puntos de España. Con la información adicional que se obtenga, se dispondrá del material suficiente para, en forma de libro, presentar a la sociedad española a uno de los grandes olvidados de la barbarie terrorista que sacudió España durante las últimas décadas del siglo XX y los primeros años del siglo XXI: los agentes de la autoridad desplazados al País Vasco y Navarra, así como sus familias.
Miguel Ángel Cano Paños.
Profesor Titular de Derecho Penal y Criminología Universidad de Granada.
[1] Sin por supuesto olvidar a los miembros de la Ertzaintza que también se convirtieron en objetivo de ETA.