Hasta no hace poco, el terrorismo de etiología yihadista en el entorno occidental era considerado un fenómeno aislado, esporádico y casi anecdótico. Actos reflejos de un terrorismo que tenía su campo de lucha natural en los países musulmanes, sin embargo, de un tiempo a esta parte, se ha incorporado a la vida cotidiana de forma paulatina. Es cada vez más frecuente que los noticieros de medio mundo abran sus ediciones anunciando un atentado de esta naturaleza, y que incluso cualquier accidente, aéreo o ferroviario, sea visto como un posible atentado con aquel origen. En terminología yihadista, estos atentados en el entorno occidental, es lo que ellos llaman la lucha contra el enemigo lejano, opuesta a la lucha contra el enemigo próximo; los países musulmanes apostatas, por considerar que estos han abandonado el auténtico Islam, para aliarse con Occidente.
En cómo estructurar y priorizar la lucha contra uno u otro enemigo se diferencian las estrategias de las dos grandes franquicias del yihadismo global; Al Qaeda y Daesh. Algunos expertos, como Gilles Kepel, en su reciente obra “el terror entre nosotros”, tildan el actual estado de las cosas, en esa materia, como la tercera oleada de terrorismo yihadista. En dicha estrategia, planificada por el sirio español Mustafa Setmarian, después de haber agotado las dos anteriores, nacidas de la lucha contra los soviéticos en Afganistán a finales de los ochenta y contra Estados Unidos y sus atentados contra los intereses americanos, se abre paso un nuevo concepto de terrorismo. Este histórico yihadista, cuyo verdadero nombre es Abu Musab al –Suri que remonta su vínculo con España a los años 80, a donde llegó tras huir de la represión en Siria, en unos levantamientos contra el régimen del padre del actual presidente Basar El Asad. En aquella época, algunos lo han vinculado al atentado del Restaurante Descanso en las inmediaciones de la base americana de Torrejón, en el año 1985. Dicho yihadista, considerado uno de los principales ideólogos del yihadismo global, en su obra “Llamamiento a la resistencia islámica global”, difundida en internet en el año 2005, abogaba por trasladar el campo de batalla a las calles de Occidente.
En esa premonitoria estrategia se abandonaba la estructura reticular y jerarquizada de cualquier organización terrorista, para dejar a la iniciativa individual el cómo, cuándo y dónde. En su concepción de la nueva etapa de la lucha, dejaba claro que la importancia de cada atentado no radica tanto en el calado e importancia del objetivo, como había venido siendo habitual (Torres del WTC, Pentágono, 11M, atentados de Londres, etc), como en la popularización de la lucha. En dicha estrategia lo que prima es en primer lugar provocar el aislamiento y la escisión de las comunidades musulmanas en occidente respecto de su entorno. Para ello era necesario dinamitar cualquier posibilidad de integración, entendimiento y convivencia entre ambas comunidades; la migrada musulmana y la occidental. Siendo el camino mas corto en ese trayecto instalar la desconfianza entre ambas, por sentirse una amenaza y la otra discriminada. Junto a esta estrategia de largo recorrido hay otra en el terreno policial; la dificultad de las fuerzas de seguridad de, a través del control de las estructuras de las organizaciones terroristas, llegar a las terminales de estos; a sus operativos en Occidentes. Era la idea primigenia de las distintas formas que ha venido tomando lo que se denominan periodísticamente los “lobos solitarios”.
El esquema es bien sencillo: Se pretende que el ciudadano medio se sienta objetivo, en si mismo, y no solo recele del terrorismo habitual dirigido contra los símbolos del poder (Fuerzas de Seguridad, Fuerzas Armadas, clase política, etc.), sino que acabe rechazando todo signo identitario islámico porque lo vea como una amenaza directa contra la ciudadanía occidental. Conseguido esto, el entorno musulmán empezará a sentirse rechazado y menospreciado, generando sentimientos de humillación y discriminación. Pues bien, partiendo de ese sencillo esquema de fondo, se pretende sumir a la sociedad en su conjunto en una paranoia global de amenaza generalizada. Y para ello, nada más efectivo que atentar contra objetivos soft, esto es, contra objetivos sencillos, asequibles y poco o nada protegidos como son los espacios públicos y las grandes aglomeraciones. Lo hemos visto en la sala Bataclan, los aeropuertos de Bruselas y Estambul, en el paseo marítimo de Niza, etc.
De otra parte, estamos acostumbrados a que la lucha contra esta lacra se aborde desde la perspectiva de los servicios de inteligencia o policiales, quienes, tras arduas y agudas investigaciones, sin duda que imprescindibles, llegan a determinar la célula o grupo que está detrás de este tipo de ataques. Pero son muchos los expertos que coinciden en que se ha trabajado poco en el frente de la prevención. Esto es en el diseño de un modelo de trabajo preventivo que dificulte la materialización de este tipo de atentados. El paso más decisivo que se ha dado en nuestro país, en este ámbito, lo podemos cifrar, tras la firma del acuerdo antiterrorista en enero de 2015, entre los dos grandes partidos nacionales, en la puesta en escena del PLAN ESTRATEGICO NACIONAL CONTRA LA RADICALIZACION VIOLENTA. En este plan, siguiendo las directrices de la UE, se pretendió ser lo mas inclusivo posible, y se incorporó tanto a las administraciones (12 ministerios, CNI, ayuntamientos, etc.) a los colectivos en riesgo o vulnerables, y otros sectores de la sociedad civil, como es la fundación pluralismo y convivencia, dejando abierta la posibilidad de que se incorpore otras entidades públicas o privadas que se consideren necesarias. Pero no se ha ido mas lejos. El Plan está inacabado y con grandes vacíos en su definición. Las mesas de trabajo a nivel local, con una gran participación por parte de los ayuntamientos, no están constituidas. Únicamente funciona de manera estable, el órgano de aviso, con un teléfono, un correo electrónico y una página web; STOP RADICALISMO, coordinada y mantenida por el CITCO, con muy buenos resultados.
El sistema está configurado como una alerta temprana para detectar signos de radicalización, y en él no se ha contemplado de forma determinada la participación de la seguridad privada. Cuando precisamente, los mas de 75.000 empleados de la seguridad privada es la fuerza que va a ser y estar probablemente involucrada en aquel tipo de atentados. Hasta ahora, no se ha profundizado lo suficiente en como muchos de aquellos espacios, que cuentan con una seguridad propia, pueden aportar un plus de seguridad preventiva a esos entornos, y también a la inteligencia básica que ayuden en investigaciones posteriores desarrolladas a partir de la ejecución de esos atentados. Falta sistemática en el desarrollo de los protocolos de actuación tanto en la prevención, como en la reacción
a estos atentados, pero sobre todo formación en ese entorno profesional para que las distintas empresas que operan en nuestro país, en materia de seguridad privada, tengan a su personal formado en materia de lucha antiterrorista.
Esta lucha es como bien define el Plan Estratégico Nacional, una lucha de toda la sociedad, por ello resulta imprescindible que un sector tan crítico como es la seguridad privada, en este tipo de terrorismo, se vea representada en los comités locales y nacional que vertebra ese Plan. Es un olvido, y en cualquier caso, un error esa ausencia.
D. Manuel Llamas Fernández es
Coronel-Jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Granada