El ataque con gas sarín (1) en el metro de Tokio fue, en realidad, una serie de cinco ataques coordinados en diversas líneas del Metro el 20 de marzo de 1995. La secta Aum Shinrikyō, autora de los ataques, dejó en torno a mil afectados por problemas de salud y 13 muertos con esta acción.
En el año anterior, 1994, Aum Shinrikyō fue particularmente activa, con 8 actos terroristas protagonizados por miembros de la secta. Su líder, Shōkō Asahara, fue ejecutado (6 de julio de 2018) por la Justicia Nipona tras la sentencia que el 27 de febrero de 2004 lo condenó a muerte por ahorcamiento.
El caso de esta secta es el de un fracaso político (alguno de sus miembros fue candidato electoral) que fue transformado en un movimiento terrorista atravesado por la idea de apocalipsis.
Si confrontamos los hechos del 20 de marzo con los 12 elementos que el profesor Alex P. Schmid señalaba en su “La definición revisada del consenso académico del terrorismo” (2), creo que en diversa medida están todos: es un acto terrorista en sentido pleno. El delito de terrorismo no existía como tal en Japón en aquellos años. Entre los 17 cargos que se imputaron en el juicio figuraban asesinato, inducción al asesinato, conspiración o producción ilícita de armas y drogas, pero no el de terrorismo. Y algo más: “Hasta 1995, el terrorismo en Japón era una palabra tabú, por lo que las políticas antiterroristas eran mínimas y con medidas escasamente organizadas a las que los oficiales del Gobierno no concedían gran importancia. Antes del ataque del gas sarín, el Gobierno japonés estaba únicamente preparado para enfrentarse a crisis de toma de rehenes” (3).
Por último, ha sido en 2017 cuando Japón ha aprobado una ley anti-conspiración, con el objeto de prevenir actos terroristas. Ley ésta que, por cierto, ha tenido una respuesta negativa de la población por sus restricciones a ciertas libertades fundamentales (4).
El atentado del metro de Tokio comenzó a hacer patente el, hasta entonces, latente miedo al uso no militar de armas químicas y biológicas; un miedo que se hizo presente a escala planetaria tras los atentados del 11-S con los envíos en EEUU de sobres con anthrax, al igual que sucedió en España donde llegaron a aparecer hasta 800 sobres sospechosos de contener anthrax y otros agentes biológicos, causando en ambos casos una potente alarma social. En 2002 y 2003 hubo algún otro caso en Gran Bretaña relacionado con la ricina.
A pesar de todo, que un agente biológico pueda ser utilizado como arma no es tan sencillo como, a veces, nos muestran el cine o la tv; entre otros elementos debe cumplir (5) con:
(-) Facilidad para su almacenamiento, transporte y diseminación;
(-) Superar condiciones ambientales extremas;
(-) Disponer de una mínima infraestructura de laboratorio para su producción;
(-) Ser muy virulento;
(-) Capacidad de infectar o intoxicar con pequeñas dosis.
(1) El sarín fue clasificado como arma de destrucción masiva en la resolución 687 de la ONU. Su producción y almacenamiento fue declarado ilegal en la Convención sobre Armas Químicas de 1993
(2) Alex P. Schmid: La definición revisada del consenso académico del terrorismo. Perspectives on Terrorism, Vol. 6, No 2 (2012)
(3) Centro de Análisis y Prospectiva (Guardia Civil): Grandes atentados: Metro de Tokio, Japón, marzo de 1995. Julio de 2014, pp. 19.
(4) La Vanguardia, 15 de junio de 2017: Japón aprueba una polémica ley antiterrorista que recorta libertades básicas.
- Katsuei Hirasawa: Japón necesita el delito de conspiración para prevenir el terrorismo. Global Cooperation Council, 16 de julio de 2016.
(5) Monografías del Sistema de Observación y Prospectiva Tecnológica: Detección e identificación de agentes de guerra biológica. Estado del arte y tendencia futura. Ministerio de Defensa, diciembre de 2010; pp. 31-32.
Ricardo Vidal
Director de Seguridad Dpto. nº 967