¿Se puede confiar en nuestra memoria?

Se ha demostrado que la evolución y competencia humana está muy ligada al desarrollo de nuestra capacidad para recordar. Esta, a su vez, viene condicionada por la progresiva capacidad de nuestro cerebro para generar complejas interacciones neuronales en un entorno muy dinámico, al que requerimos ajustarnos continuamente mediante procesos de aprendizaje. Se dice, incluso, que todo aquello que es experimentado por un sujeto queda conservado en nuestra profunda memoria, aunque nunca logremos traerlo de nuevo a nuestra conciencia. Posiblemente existan diferentes factores que expliquen esta amnesia; desde factores intranscendentes a situaciones traumáticas que bloqueamos como mecanismo de defensa.

Sabemos también que es casi imposible recordar sucesos vividos anteriores a los cuatro años de edad, lo que invita a plantear como hipótesis sólida en la configuración de la memoria la incidencia del desarrollo del lenguaje. Por tanto; la memoria, el cerebro, la experiencia y el lenguaje forman un cóctel excepcional que tiene como misión moldear al sujeto que somos. Los déficits en alguno de estos elementos desafiarían no solamente la supervivencia sino la plenitud humana (con plenitud no quiero decir felicidad o autorrealización; simplemente “poder ser”). Y si la plenitud sin memoria es inviable; es también inviable una memoria plena. Paradojas de la vida.

Elizabeth Loftus (Los Ángeles, EE.UU,1944). Matemática y doctora en Psicología de la Universidad de Stanford. Centrada en la docencia (Universidad de California), ha publicado más de 20 libros junto a cientos de artículos científicos sobre el tema de lo que ha denominado “falsa memoria”. Entre sus magníficas aportaciones, está el acercamiento al drama de los abusos sexuales infantiles desde la óptica del estudio de la memoria a largo plazo. Aunque brindó enormes avances para la credibilidad de los testimonios de víctimas, consideró también que la memoria lejana es enemiga del recuerdo cuando estos recuerdos se hallan reprimidos por algún motivo. Además, analizó mediante cientos de ensayos y experimentos la exactitud en el recuerdo de testigos oculares de diferentes hechos delictivos.

Su conclusión plantea que junto con la experiencia vivida se genera una “falsa memoria” que dificulta la exactitud del recuerdo. Con sus investigaciones se nos avisa que más allá de la autenticidad del trauma y sufrimiento vivido se esconden mecanismos biopsicológicos que intentan ocultar la experiencia. En fin, creemos que nuestro recuerdo de un suceso traumático es preciso; sin embargo:

  • Puede haber sido manipulado por una pregunta intencionada o por información falsa.
  • Puede que alguien en quien confiamos nos haya sugestionado.
  • Puede haber sido alterado por experiencias posteriores.
  • Puede haber sido alterado por nuestras emociones o ideas actuales.

A hilo de estas investigaciones también podemos comprobar otros detalles como:

  • Los testigos presenciales no retienen de manera uniforme la información relacionada con el suceso.
  • Los estudios basados en hechos reales muestran que la información central se recuerda con mayor precisión que la información periférica.
  • Tanto en la información central como en la periférica podemos distinguir dos tipos de contenido cualitativamente diferentes: acciones (ejecución de conductas verbales y no verbales directamente observables) y detalles (engloban las características físicas de escenas, objetos o personas).
  • En varios estudios se ha obtenido una mayor exactitud en las acciones que en los detalles relacionados con un suceso. Los sujetos pueden recomponer el argumento de una historia mediante un sistema de conocimientos generales, que básicamente se compone de acciones, sin embargo, resulta más difícil seguir esos esquemas para los detalles.
  • En la categorización propuesta por Ibabe (1998) se definen las cuatro categorías resultantes de los dos factores, tipo de contenido (acciones y detalles) y posición de la información (central y periférica) de manera más operacional y lógica; siendo útil además para cualquier modalidad forense de presentación este análisis:
    • Definiendo las acciones centrales como las conductas relacionadas con los personajes centrales del suceso crítico y temporalmente asociadas al mismo.
    • En contraste las acciones periféricas, incluyen las conductas de personajes no centrales o de los personajes principales que temporalmente se realizan antes o después del suceso.
    • Los detalles centrales se definen como las características físicas de lugares, objetos y personas relacionadas con el incidente, junto con la información temporal y verbal.
    • Los detalles periféricos incluyen información descriptiva no relacionada con el suceso sobre escenas, objetos y personas.
  • Los expertos en memoria de testigos comparten la idea de que la confianza del testigo en la respuesta predice la exactitud en la misma y se ha comprobado que la confianza que manifiesta el testigo afecta a las atribuciones que los jurados realizan sobre la exactitud del testigo.

Como es de imaginarse, lo anterior puede tener implicaciones notables en términos forenses y legales. La misma autora señala: “La escasa fiabilidad de los testigos oculares en los procesos de identificación plantea uno de los problemas más graves para la administración de la justicia civil y penal”. Nos invita a un continuo esfuerzo en el avance de la investigación desde una óptica multidisciplinar, donde la neuropsicología, la psicología cognitivo-social, así como los avances en inteligencia artificial y análisis funcional del comportamiento puedan orientarnos.

No hay que irse a escenarios traumáticos para confirmar esta hipótesis; basta con pasar una tarde con viejas amistades del colegio para comprobar cómo alteramos e, incluso, inventamos sucesos que jamás ocurrieron. Una simple conversación con la pareja nos puede sacar los colores rápidamente al hacer mención a algún detalle de lo ocurrido que habíamos pasado por alto. O el milagro de “esas pequeñas cosas” que de pronto nos hacen recordar con exactitud algún acontecimiento que el tiempo mató.

Quizás, la solución a este desafío pase por asumir que tan solo somos en el presente, siendo el tiempo una variable inabarcable más allá de nuestras narices. Lo que fuimos y vivimos, lo es desde el ahora. Es como si tuviéramos que hacer frente a la construcción de un puzle donde las piezas van cambiando de forma conforme se cogen al azar.

¿Se puede confiar, por tanto, en nuestra memoria? Claro que sí, pero sin abusar de su confianza.

Francisco Vílchez Lara

Psicólogo

Profesor de Seguridad y Protección

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