Los profesionales de emergencias, quienes se encuentran en la primera línea de respuesta, requieren de una formación básica de gestión del dolor en escenarios catastróficos de cara a asegurar una recuperación integral de las víctimas. Este artículo persigue identificar los elementos básicos a tener en cuenta.
Las catástrofes son eventos de magnitudes excepcionales que producen un impacto devastador tanto a nivel físico como psicológico. Se entienden como escenarios catastróficos a aquellas situaciones de emergencia causadas por desastres naturales, como terremotos, huracanes y tsunamis, o por conflictos bélicos y accidentes de gran escala, tales como accidentes industriales o ataques terroristas. La situación de emergencia aparece cuando surge un suceso o fenómeno que no se esperaba, eventual, rápido y desagradable, por causar o poder causar daños o alteraciones en las personas, los bienes, los servicios o el medio ambiente. La emergencia supone una ruptura de la normalidad de un sistema, pero no excede la capacidad de respuesta de la comunidad afectada.
El desastre es un evento que ocurre de repente, inesperadamente e incontrolablemente, de naturaleza catastrófica, que implica la pérdida o amenaza de la vida o de la propiedad, perturba el sentido de comunidad y a menudo provoca consecuencias psicológicas adversas para los supervivientes (Gómez Jacinto y Canto, 1995). El dolor en sus diversas formas se convierte en uno de los mayores retos para las víctimas y los equipos de respuesta.
Con respecto a las diferentes zonas de una catástrofe, en función de los distintos grados de incidencia del desastre (Crock, 1989):
- Zona de impacto: las destrucciones tanto materiales como de vidas humanas son muy La conducta más común es la de postración.
- Zona de destrucción: los daños materiales siguen siendo importantes pero hay un menor número de muertos o heridos. Las conductas más comunes son la indecisión, la descoordinación y, a veces, el pánico.
- Zona marginal: limita la zona de destrucción, las consecuencias materiales y humanas son mínimas. Aparecen conductas de angustia e
- Zona exterior: no se ve en absoluto afectada en cuestión de víctimas o daños materiales pero sus individuos si presentan alteraciones de tipo emocional y conductual debido a la proximidad a la catástrofe.
La gestión del dolor en estos contextos requiere de una respuesta compleja y multidimensional, que irá más allá del momento ya que la intervención deberá ser a largo plazo. El dolor no solo debe ser entendido desde una perspectiva médica, sino también social y psicológica.
Según Crocq (1989) podemos distinguir seis fases diferentes en una catástrofe que darían lugar a respuestas también diferentes en los individuos:
- Estado previo: puede dar lugar a la aparición tanto de ansiedad como de un periodo de despreocupación de la población.
- Fase de alerta: correspondería al periodo transcurrido entre el anuncio del peligro y el desastre en sí. (La fase 1 y 2 no siempre ocurre en este tipo de escenarios).
- Fase de shock: la ocurrencia de la catástrofe en sí.
- Fase de reacción: es inmediatamente posterior y suele producirse sobre todo desorientación, sensación de vulnerabilidad, huida, a veces pánico colectivo, etc.
- Fase de resolución: se caracteriza por la vuelta a conductas normales y la reestructuración de los diferentes grupos
- Fase de postcatástrofe: es la que suele presentar mayores complicaciones. Normalmente aparece la conducta de “Duelo Colectivo” pero también es en esta fase donde suele aparecer el resto de conductas colectivas inadaptadas.
Las catástrofes provocan diversos tipos de dolor, cada uno de ellos con características y necesidades particulares. Estos se pueden dividir en tres grandes categorías:
- Dolor físico: Es el tipo de dolor más inmediato y evidente en los escenarios de emergencia. Las víctimas suelen presentar lesiones traumáticas, quemaduras, fracturas y otros tipos de trauma físico que requieren atención médica urgente. El manejo del dolor físico es prioritario para evitar el sufrimiento extremo y las complicaciones adicionales. El tratamiento incluye la administración de analgésicos, anestesia local, y otras intervenciones como la inmovilización de fracturas o el control de hemorragias.
- Dolor emocional y psicológico: Las catástrofes no solo causan daños físicos, sino que también afectan profundamente el bienestar emocional de las víctimas. El estrés postraumático, la ansiedad, el duelo y otras afecciones psicológicas aparecen habitualmente en personas que han experimentado la pérdida de seres queridos, la destrucción de su hogar o el desplazamiento forzado. El dolor emocional puede manifestarse en forma de miedo, desesperanza y angustia, y afecta tanto a las víctimas como a los profesionales de emergencia. Si se aborda a tiempo este tipo de dolor puede ser crucial para prevenir secuelas duraderas que afecten la salud mental de los sobrevivientes.
- Dolor colectivo: En situaciones de desastre, el sufrimiento no se limita a los individuos. El dolor colectivo se refiere al impacto emocional y psicológico que afecta a comunidades enteras. En áreas devastadas, el dolor se experimenta de manera compartida, y la sanación colectiva puede ser tan importante como la intervención individual. Existiría la necesidad de reconstruir la cohesión social.
Pero la gestión del dolor en situaciones de emergencia se ve afectada por los propios elementos del suceso, de ahí que sea todo un desafío. Entre los condicionantes más significativos destacan:
- Escasez de recursos médicos: En un escenario catastrófico, los recursos médicos son frecuentemente limitados, lo que dificulta el tratamiento adecuado del dolor. La escasez de analgésicos, medicamentos para el control de infecciones y equipo médico especializado es común en áreas afectadas. Además, la falta de personal capacitado y la sobrecarga de pacientes complican aún más la situación.
- Problemas de logística: Las dificultades para acceder a las zonas afectadas por desastres, especialmente en áreas remotas o destruidas por el evento, hacen que la distribución de recursos y la atención médica sea aún más complicada. Las rutas de transporte pueden estar bloqueadas, y la falta de infraestructura adecuada impide que los equipos de emergencias lleguen a tiempo para proporcionar atención.
- Capacitación del personal de emergencia: La capacitación de los equipos de emergencia es fundamental para la gestión eficaz del dolor. Si bien el personal puede estar preparado para manejar el dolor físico de manera inmediata, a menudo carece de formación específica para abordar el dolor psicológico o emocional. Es crucial que los equipos de emergencias reciban formación integral que les permita manejar tanto el sufrimiento físico como el emocional de las víctimas.
Entre las estrategias que se deberían implementar para gestionar el dolor en situaciones de emergencia destacaría:
- Intervenciones médicas: El control del dolor físico en situaciones de emergencia es fundamental. Los profesionales de salud deben tener acceso a analgésicos adecuados y técnicas para aliviar el dolor, como anestesia local o sedación. Además, el uso de técnicas no farmacológicas, como la fisioterapia o el masaje terapéutico, puede ser beneficioso cuando los recursos son limitados.
- Apoyo psicológico: Es fundamental proporcionar primeros auxilios psicológicos para abordar el dolor emocional. Las terapias breves pueden ser útiles para ayudar a las víctimas a procesar sus emociones y comenzar el proceso de recuperación. Los programas de intervención post-traumática también son esenciales para prevenir trastornos más graves como el estrés postraumático.
- Uso de recursos alternativos: En áreas donde los recursos médicos tradicionales son limitados, se pueden emplear enfoques alternativos como técnicas de relajación y respiración para aliviar el dolor y reducir la ansiedad.
Si la coordinación efectiva entre diversas instituciones y organizaciones es una condición indispensable en las rutinas diarias para una optimización de los recursos públicos y privados; en este tipo de escenarios se hace aún más imprescindible. La colaboración interinstitucional, que involucra a organismos como el Sistema Nacional de Protección Civil, la Cruz Roja, las fuerzas y cuerpos de seguridad, las fuerzas armadas (UME) y otras agencias gubernamentales territoriales, hasta los servicios fundamentales de carácter sanitario y bomberos, es clave para una respuesta adecuada. Estas entidades deben trabajar juntas para proporcionar atención médica, apoyo psicológico y recursos a las víctimas.
Además, la comunidad juega un papel crucial en la respuesta ante catástrofes. Los líderes comunitarios y los voluntarios locales pueden contribuir a la distribución de recursos y el apoyo emocional a los afectados. La implicación de la comunidad en la gestión del dolor contribuye a crear un ambiente de solidaridad y ayuda mutua.
Por otro lado, la innovación tecnológica está jugando un papel cada vez más importante en la gestión del dolor en situaciones de catástrofe. La telemedicina permite a los profesionales de la salud brindar asesoramiento médico a distancia, lo que resulta esencial en áreas de difícil acceso. Además, los dispositivos portátiles para la medición del dolor y el monitoreo de las condiciones de salud de las víctimas facilitan la intervención rápida y precisa.
En recientes desastres naturales, como los ocurridos en Valencia, las organizaciones de emergencias deben aprender importantes lecciones sobre cómo gestionar el dolor de las víctimas. En estos casos, la escasez de recursos y la falta de acceso a las víctimas están generando dificultades en el tratamiento, pero también se están ya implementando programas efectivos de apoyo psicológico y atención integral que ayudarán en la recuperación emocional de los afectados.
La conclusión a este introductorio análisis sería que una adecuada gestión del dolor no solo contribuye al alivio físico, sino también al bienestar emocional de las víctimas. La habilidad resiliente de las personas y las comunidades afectadas por catástrofes estará estrechamente vinculada a la capacidad de los equipos de emergencia para abordar el dolor de manera integral. Siendo fundamental la rapidez y efectividad de la atención brindada.
Si no tomamos conciencia de la necesidad que los profesionales de emergencias, las organizaciones humanitarias y las autoridades públicas inviertan en preparación, formación y recursos para enfrentar los desafíos que presenta la gestión del dolor en catástrofes no solo no se podrá aliviar el sufrimiento de las víctimas si no que lo aumentaremos.