En nuestra sociedad actual, existe una creciente preocupación sobre el comportamiento violento entre los más jóvenes. Este complejo y preocupante tema requiere una comprensión cuidadosa y una acción decidida por parte de padres, educadores y la comunidad en general. Recalco la familia y la escuela, en los primeros lugares, como agentes formales de socialización; lo que significa su razón de ser como agentes de aprendizaje social. No obstante, no podemos olvidar la incidencia de los medios de comunicación de masas y de las TICs (Tecnologías de la Información y Comunicación), y cómo van comiendo terreno de manera acelerada a los agentes formales.
Desde edades tempranas, los niños pueden mostrar signos de comportamiento violento, y es vital que los adultos no subestimen estas señales, esperando que «simplemente lo superen». Cada incidente debe ser tomado con la seriedad que merece, sin relegarlo a una «fase» pasajera.
El comportamiento violento en niños y adolescentes abarca una amplia gama de conductas, desde explosivos arrebatos de ira hasta actos de crueldad hacia los animales o la destrucción intencional de la propiedad. Esta diversidad de conductas violentas exige un enfoque integral para comprender y abordar el problema.
La violencia puede manifestarse de diferentes maneras según la edad y el entorno del niño o adolescente. En la etapa preescolar, los niños pueden exhibir comportamientos agresivos como morder, golpear o patear cuando están frustrados o enojados. Conforme desarrollan las habilidades verbales se reducen en la mayor parte de los casos estos comportamientos disruptivos. No obstante, en algunos menores a medida que crecen, estos comportamientos pueden evolucionar hacia formas más sofisticadas de violencia, como intimidación en la escuela, peleas físicas o incluso actos delictivos.
Numerosas investigaciones han demostrado que múltiples factores contribuyen al comportamiento violento en jóvenes. Desde experiencias previas de violencia hasta la exposición a entornos violentos en el hogar, la comunidad o los medios de comunicación, estas influencias pueden interactuar de maneras complejas.
Uno de los factores de riesgo más significativos es la exposición a la violencia en el hogar. La violencia “compartida” en familia, como pueden ser películas, series o videojuegos con alto contenido agresivo puede incitar a la copia futura en el menor en otros entornos como la escuela. Está demostrado que no es la mera exposición a estímulos mediáticos agresivos o sexuales lo que lleva a la imitación; sino más bien, la respuesta que tengan los modelos adultos a este tipo de contenidos. Padres que respondan positivamente a estos formatos mediáticos sí que están aumentando la probabilidad de imitación futura.
Hay otros casos más complejos, como los niños que presencian o son víctimas de abuso físico o emocional en el seno familiar, que tienen un mayor riesgo de desarrollar comportamientos violentos. Del mismo modo, aquellos que experimentan eventos traumáticos, como el divorcio conflictivo de sus padres o la pérdida de un ser querido, pueden recurrir a la violencia como una forma de lidiar con sus emociones.
La falta de habilidades sociales y de manejo de conflictos también puede contribuir al comportamiento violento en niños y adolescentes. Aquellos que tienen dificultades para comunicarse de manera efectiva o para resolver problemas de manera constructiva pueden recurrir a la violencia como una salida para expresar sus emociones.
Es crucial reconocer las señales de alerta tempranas, como la ira intensa o la impulsividad extrema, y responder con prontitud y sensibilidad. Minimizar o ignorar estos comportamientos solo perpetuará el problema.
Los padres y cuidadores deben estar atentos a cualquier cambio significativo en el comportamiento de un niño o adolescente, como una disminución en el rendimiento académico, problemas para relacionarse con sus pares o un aumento en la agresividad. Estos pueden ser indicadores de que el niño está luchando con emociones difíciles y necesita ayuda para aprender a manejarlas de manera saludable. En este periodo la intervención puede tener enorme éxito en comparación con fases posteriores, además de existir una mayor motivación familiar y social para el seguimiento del caso.
Cuando nos enfrentamos al comportamiento violento en niños, es fundamental buscar ayuda profesional de inmediato. El tratamiento oportuno y adecuado puede ayudar al niño a aprender a controlar sus emociones, asumir responsabilidad por sus acciones y abordar las causas subyacentes de su comportamiento.
La terapia conductual y cognitiva es una de las intervenciones más efectivas para el comportamiento violento en niños y adolescentes. A través de esta forma de terapia, los niños pueden aprender habilidades para identificar y manejar sus emociones, así como estrategias para resolver conflictos de manera pacífica. Son de enorme importancia las habilidades sociales de carácter asertivo y resiliente, así como la adquisición de mecanismos de control en situaciones de estrés y frustración.
Además de la terapia individual, es importante abordar los factores ambientales y sociales que pueden estar contribuyendo al comportamiento violento del niño. Esto puede incluir trabajar con la familia para mejorar la comunicación y resolver conflictos de manera constructiva, así como proporcionar apoyo adicional en la escuela para ayudar al niño a tener éxito académico y social.
La prevención del comportamiento violento requiere un enfoque multifacético. Esto incluye no solo abordar los factores de riesgo individuales, sino también reducir la exposición del niño o adolescente a entornos violentos en todas sus formas, desde el hogar hasta los medios de comunicación.
La prevención primaria debe comenzar desde una edad temprana, con programas diseñados para enseñar a los niños habilidades sociales y de resolución de problemas. Al fomentar la empatía, el respeto y la comunicación efectiva desde una edad temprana, podemos ayudar a prevenir la aparición de comportamientos violentos en el futuro.
En última instancia, abordar el comportamiento violento en niños y adolescentes requiere un compromiso colectivo, donde los valores de libertad, responsabilidad, igualdad, solidaridad y tolerancia no sean meros referentes sociopolíticos, sino que vengan acompañados de un compromiso activo y consciente del mundo en el que vivimos y a la vez creamos.
Solo mediante este compromiso y una combinación de comprensión, intervención temprana y prevención proactiva podemos esperar crear entornos seguros y saludables para nuestras futuras generaciones.