Paolo Borsellino es una de las figuras más emblemáticas en la lucha contra la mafia en Italia. Su vida y trágica muerte en 1992 marcaron un punto de inflexión en la historia del país, evidenciando la feroz resistencia de Cosa Nostra ante los esfuerzos por desmantelar sus estructuras de poder. Borsellino no fue solo un juez: fue un símbolo de integridad en una Sicilia que parecía haber normalizado la violencia. Su asesinato no detuvo la marcha hacia la justicia, pero sí mostró cuán alto podía ser el precio.

Nacido el 19 de enero de 1940 en Palermo, creció en el barrio de La Kalsa, un entorno profundamente marcado por la cultura mafiosa, donde también vivieron el futuro juez Giovanni Falcone y el pentito Tommaso Buscetta. La infancia de Borsellino se desarrolló entre calles que respiraban miedo y lealtades tácitas. Ambos jueces, sin saberlo, compartían desde pequeños el mismo destino: desafiar el poder de la mafia y ser eliminados por ello.

Tras licenciarse en Derecho en la Universidad de Palermo con honores, comenzó su carrera judicial en 1963. Su compromiso con la justicia lo llevó a formar parte, en 1980, del famoso «pool antimafia» junto a Falcone y otros jueces (Giuseppe Di Lello o Leonardo Guarnotta). Desde los tribunales de Palermo, este grupo impulsó investigaciones decisivas que desembocaron en el célebre maxiproceso de 1986-1987, que juzgó a más de 400 miembros de Cosa Nostra. La magistratura, por fin, parecía tener las herramientas necesarias para golpear el centro neurálgico de la organización mafiosa.

El 23 de mayo de 1992, Giovanni Falcone fue asesinado junto a su esposa y tres escoltas en un atentado con 500 kilos de explosivos en la autopista de Capaci. La lucha de Falcone había sido tenaz, y su muerte fue un mazazo para la opinión pública. Pero para Borsellino, fue algo más: fue el anuncio de su propio final. En sus últimas semanas, habló abiertamente del temor a ser el siguiente. Y no se equivocaba.

La tragedia de Via D’Amelio

El 19 de julio de 1992, apenas 57 días después del asesinato de Falcone, Paolo Borsellino fue asesinado en un atentado con coche bomba en la Via d’Amelio de Palermo, justo cuando llegaba a casa de su madre. Iba acompañado por seis escoltas: Agostino Catalano, Emanuela Loi, Vincenzo Li Muli, Walter Eddie Cosina y Claudio Traina. Todos murieron. Antonio Vullo sobrevivió.

La carga explosiva, oculta en un Fiat 126, estalló a las 16:58 horas. Fue tal la potencia que arrasó la calle, dejó un cráter de dos metros y provocó una onda expansiva que se sintió en varios kilómetros a la redonda. El cuerpo del juez quedó irreconocible. Solo su cartera, intacta, permitió certificar su identidad. La agente Emanuela Loi, de 24 años, se convirtió en la primera mujer policía muerta en acto de servicio en Italia, y su historia conmovió al país entero.

El atentado fue obra de Cosa Nostra, dirigido por Salvatore «Totò» Riina. Borsellino ya estaba en la mira desde que continuó las investigaciones tras la muerte de Falcone. Su trabajo se centraba, en esos días, en descubrir las conexiones entre mafia, finanzas y política. De hecho, llevaba consigo una libreta, la llamada «agenda roja», donde anotaba sus sospechas y datos confidenciales. Esa libreta desapareció misteriosamente tras la explosión y nunca fue recuperada. La policía que llegó al lugar del crimen lo hizo minutos después. Pero algunos testigos aseguran que antes de que llegaran los primeros agentes, alguien con traje recogió la agenda y se marchó.

La reacción ciudadana fue inmediata. Miles de palermitanos salieron a la calle con pancartas que decían “¡Basta!” o “¡La mafia mata, el silencio también!”. El funeral de Borsellino fue un acto de dolor y protesta. Rita Borsellino, hermana del magistrado, denunció públicamente la pasividad de las instituciones. En palabras del propio juez, “la política tiene miedo a la mafia, porque la mafia sabe lo que ha hecho la política”.

Consecuencias y reacciones

El asesinato de Borsellino desató una ola de indignación que atravesó Italia de norte a sur. Palermo, convertida en símbolo del horror, fue también el epicentro de una revuelta moral. Decenas de miles de personas marcharon en silencio, sosteniendo velas, flores o imágenes del juez. Por primera vez en décadas, la ciudadanía se levantó contra la mafia con una rabia que no podía canalizarse por vías políticas tradicionales.

El gobierno respondió con medidas urgentes: se reforzó el artículo 41-bis del Código Penitenciario, que endurecía el régimen de incomunicación para mafiosos encarcelados. Se impulsó la figura del colaborador de justicia —el pentito—, y se destinaron más recursos a los tribunales antimafia. El Estado parecía despertar de un largo letargo.

Pero más allá de las leyes, la mayor transformación fue cultural. En las escuelas, los jóvenes comenzaron a estudiar el ejemplo de Falcone y Borsellino. Nacieron movimientos como “Addiopizzo” o “Libera”, destinados a crear una economía libre de la extorsión mafiosa. La sociedad, por fin, rompía con la omertà y asumía su responsabilidad cívica.

Investigaciones y controversias

Lo que siguió a la masacre fue una cadena de procesos judiciales que, lejos de traer claridad, añadió nuevas preguntas. La investigación inicial se centró en Cosa Nostra, y se lograron condenas. Sin embargo, la declaración de algunos testigos -como Vincenzo Scarantino, un presunto mafioso de baja categoría- resultó ser falsa. Años después se descubrió que había sido presionado para construir una versión útil para cerrar el caso rápido. Como consecuencia, varios inocentes fueron encarcelados durante más de una década.

A partir de 2009, con el trabajo de fiscales como Nino Di Matteo, la investigación giró hacia una dimensión más inquietante: la posible existencia de una negociación secreta entre representantes del Estado y la cúpula mafiosa. Esta “trattativa Stato-mafia” habría consistido en el ofrecimiento de beneficios carcelarios y legislativos a cambio de detener los atentados. Se hablaba de contactos entre carabinieri, políticos y emisarios de Riina. El propio Borsellino podría haber tenido conocimiento de esta negociación, lo que habría precipitado su asesinato.

La agenda roja del juez, desaparecida misteriosamente, es todavía hoy símbolo del silencio institucional. Nunca fue recuperada, y su contenido es uno de los grandes enigmas del caso. A día de hoy, persisten dudas sobre la implicación o pasividad de sectores del aparato estatal en los meses previos al crimen.

Epílogo

Paolo Borsellino murió con la dignidad de quien no pacta con el miedo. Sabía que le quedaban semanas, tal vez días, pero no retrocedió. Su vida fue una afirmación ética. Su muerte, un espejo en el que Italia tuvo que mirarse. Hoy, su nombre aparece en escuelas, plazas y bibliotecas.

A más de treinta años de su asesinato, su figura sigue viva no solo por lo que hizo, sino por lo que encarnó: la posibilidad de resistir, incluso cuando todo parece perdido.