Atentado contra el Hotel Marriott, 20 de septiembre de 2008
La noche del 20 de septiembre de 2008, un camión cisterna cargado con más de media tonelada de explosivos se detuvo frente al Hotel Marriott de Islamabad. Minutos después, una explosión devastadora destruyó el edificio, provocando la muerte de más de una cincuentena de personas y heridas a más de 250. Fue el atentado más grave ocurrido en la capital de Pakistán y uno de los más letales de su historia reciente.
El vehículo, un camión modificado para transportar explosivos, fue interceptado por personal del hotel cuando intentaba acceder al estacionamiento. El conductor activó una carga menor que prendió fuego al vehículo. Mientras los empleados intentaban controlar las llamas, se produjo la segunda detonación, mucho más potente, que generó un gigantesco cráter que redujo a escombros la entrada principal. El impacto se sintió a varios kilómetros; los cristales de las viviendas cercanas estallaron y una columna de humo se elevó sobre el centro de la ciudad.
El Marriott no era un edificio cualquiera. Situado en el corazón de Islamabad, a poca distancia del Parlamento y de las sedes diplomáticas, era considerado un punto de encuentro habitual para funcionarios extranjeros, periodistas y empresarios. Por sus salones pasaban cada día miembros del cuerpo diplomático y contratistas internacionales. En el momento del ataque, el hotel estaba casi lleno: se aproximaba el iftar, la comida nocturna con la que los musulmanes rompen el ayuno de Ramadán, y muchos clientes habían reservado mesa en los restaurantes del recinto.
Entre las víctimas había empleados del hotel, huéspedes paquistaníes y extranjeros, y transeúntes que circulaban por la zona. El incendio posterior a la explosión se extendió con rapidez por los pisos superiores y obligó a los equipos de rescate a trabajar durante toda la noche. Las labores de extinción se prolongaron más de doce horas. Los bomberos, con recursos limitados, tuvieron que abrirse paso entre los restos para evacuar a los heridos.
El atentado ocurrió apenas unas semanas después de la elección de Asif Ali Zardari (viudo de Benazir Bhutto) como presidente de la República. Pakistán atravesaba una etapa de inestabilidad marcada por la caída del régimen de Pervez Musharraf, las tensiones en las regiones fronterizas con Afganistán y la creciente presencia de grupos insurgentes islamistas. En ese contexto, el ataque al Marriott fue interpretado como un mensaje directo al nuevo gobierno y a la comunidad internacional que operaba en Islamabad.
Las autoridades paquistaníes calificaron el hecho como “el peor atentado terrorista en la historia del país”. El Ministerio del Interior señaló como principal sospechoso al grupo Tehrik-e-Taliban Pakistan (TTP), una organización vinculada a los talibanes afganos y a Al Qaeda. Según la investigación inicial, los explosivos incluían componentes militares de alta potencia. La operación fue planificada con precisión, lo que sugería el apoyo logístico de redes entrenadas en las zonas tribales del noroeste.
En los días posteriores al atentado, el gobierno anunció la detención de varios sospechosos y la apertura de una investigación conjunta con los servicios de inteligencia. No obstante, las conclusiones oficiales nunca fueron completamente reveladas. Diversos informes periodísticos señalaron inconsistencias en la cadena de custodia de las pruebas y en las versiones ofrecidas por las autoridades. La falta de transparencia alimentó la sospecha de que sectores del aparato de seguridad podrían haber subestimado o incluso ignorado las advertencias previas sobre posibles ataques en la capital.
El ataque tuvo consecuencias inmediatas en la política de seguridad. Islamabad, hasta entonces considerada una ciudad relativamente segura, adoptó medidas excepcionales. Se establecieron perímetros de control en torno a los edificios públicos, se reforzaron los protocolos de inspección y se revisaron las normas de seguridad de los hoteles internacionales. El atentado puso en evidencia la vulnerabilidad de las infraestructuras civiles y la capacidad de los grupos insurgentes para golpear en el corazón del país.
El impacto diplomático fue notable. Muchos gobiernos extranjeros recomendaron a sus funcionarios y ciudadanos evitar los desplazamientos innecesarios en Pakistán. La comunidad internacional percibió el ataque como un intento de los grupos extremistas de desestabilizar al nuevo gobierno y debilitar su alianza con Estados Unidos. La coincidencia temporal con la intensificación de los bombardeos estadounidenses en las zonas fronterizas añadió un componente geopolítico a la interpretación del suceso.
El Hotel Marriott era, además, un símbolo de modernidad y de apertura económica. Su destrucción fue interpretada como un ataque al modelo de país que intentaba proyectar Islamabad: una nación en reconstrucción, vinculada a la cooperación internacional y al comercio exterior. La elección del objetivo no fue casual. En la lógica de las organizaciones yihadistas, golpear un símbolo de lujo y de presencia occidental tenía un valor propagandístico mayor que atacar una instalación militar.
Los medios paquistaníes e internacionales coincidieron en describir el atentado como un punto de inflexión. La magnitud de la explosión, la coordinación del ataque y su impacto psicológico reforzaron la idea de que el país enfrentaba una insurgencia interna organizada y persistente. A diferencia de otros ataques anteriores, este ocurrió en una zona considerada de alta seguridad, lo que evidenció la penetración de las redes extremistas en la propia capital.
El edificio quedó completamente destruido. En los días siguientes, las imágenes de su fachada ennegrecida recorrieron los noticiarios del mundo. El gobierno ordenó su demolición parcial y posterior reconstrucción, que se completó en 2009. El nuevo Marriott abrió con medidas de seguridad reforzadas: muros de hormigón, escáneres de vehículos, registros corporales y presencia militar permanente. A pesar de ello, el recuerdo del atentado quedó grabado en la memoria colectiva del país.
Para los empleados que sobrevivieron, el regreso fue difícil. Algunos se negaron a volver; otros participaron en las tareas de reconstrucción. El atentado alteró las dinámicas laborales y personales de cientos de familias. La empresa propietaria indemnizó a los trabajadores fallecidos y a los heridos, pero el trauma psicológico persistió.
A nivel nacional, el ataque contribuyó a consolidar un consenso sobre la necesidad de combatir el extremismo interno, aunque la respuesta política fue ambigua. Los enfrentamientos entre el ejército y las milicias talibanas en las zonas tribales se intensificaron, pero el Estado paquistaní siguió dividido entre quienes defendían la cooperación con Washington y quienes veían en ella la causa de la violencia.
El atentado al Marriott de Islamabad fue más que un acto terrorista: fue la evidencia de que la violencia había alcanzado el núcleo del poder civil. En un país acostumbrado a los ataques en zonas periféricas, la explosión en la capital mostró que ningún espacio podía considerarse ajeno al conflicto. La destrucción del hotel simbolizó la fractura entre la retórica de estabilidad y la realidad de una sociedad amenazada por la guerra interna.
El recuerdo del 20 de septiembre de 2008 sigue presente en la historia contemporánea de Pakistán. Las imágenes del edificio en llamas se convirtieron en un referente visual del colapso de la seguridad en una ciudad diseñada para representar el orden. El atentado al Marriott marcó un antes y un después: reveló la capacidad de los grupos terroristas para adaptarse, infiltrarse y atacar donde menos se esperaba.
Para muchos paquistaníes, aquel día representó el momento en que el país comprendió que la violencia ya no era un fenómeno lejano, sino una amenaza instalada en su propio centro político y social.





